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¿Cuál es el último recuerdo
de Miguel?
La noticia, al llegar al colegio, de que había
muerto el marido de la señorita Jimena, que era nuestra
directora. Entró el señor Bauluz, y nos dijo que el
mejor homenaje que se le podía hacer, es que todos nos
pusiéramos a trabajar y estudiar, y que el colegio siguiera su
vida como todos los días. De hecho, el día que murió
Miguel Catalán, a pesar de ser el marido de la directora, no
se cambio ni un minuto el horario del colegio y se siguieron todas
las actividades. Era un profesor, un investigador, y su homenaje fue
que siguieran las prácticas en los laboratorios.
¿Qué le dice el nombre de Miguel
Catalán?
Me viene a la cabeza la imagen de una persona
siempre joven a pesar de que ya iba teniendo años, la imagen
de una persona simpática y cordial, dispuesto en todo momento
a enseñarte algo relativo a la física de una manera que
se pudiera ver. Esto es, aprovechando los elementos que tuviera. No
necesitaba ningún tipo de construcción escolar. No
necesitaba una tarima ni una mesa de profesor, podía enseñar
física en el campo o en la calle. Iba a emplear elementos que
tuviera a mano, no elementos prefabricados. Por ejemplo, una vez
logró descubrir unos espectros cogiendo una máquina de
otra persona diciéndole “me permite usted un momento”. Y
cogía la máquina de fotos porque se había dado
cuenta de algo y podía fotografiarlo. Hubiera dado clases
debajo de un árbol, de hecho en la Laguna de Peñalara
la dio entre unas montañas y la laguna. Es la demostración
de que en la enseñanza lo que vale es el profesor, no la
instalación, aunque ésta sea necesaria. Pero la clase
era él, no el aula. Era simpático y ameno cuando
hablaba, no aburrido. Siempre que le veía andando por el
colegio, detrás iban doce o catorce alumnos, todos tomando
apuntes. Parecían detectives de la naturaleza. De pronto los
ponía a mirar todos en una esquina fijándose en algo.
Jugaba con los prismas, cómo se descomponía la luz.
Enseñaba Física con cualquier elemento que tenía
a mano. Investigar y enseñar eran su pasión. Es muy
frecuente el investigador que odia la docencia, es muy frecuente el
investigador que es muy mal profesor. También es muy frecuente
el gran profesor que no investiga nada, sólo enseña.
Miguel fue un caso excepcional, donde aunaron el investigador y el
profesor, porque en ambas facetas disfrutó mucho. Era una
persona que disfrutaba de la vida, no se amargó en ningún
momento, pese a que le quitaron su cátedra. Y no se le notó
nunca amargado. Se le veía llegar andando rápido tan
contento, sin abrigo. No le veías apesadumbrado, como si cada
mañana descubriera el mundo. Disfrutó mucho de la vida
en ese sentido. No era una persona resentida. Incluso cuando recuperó
la cátedra no percibí ningún cambio en él.
No hubo transición, ni quería tomarse la revancha. Lo
que le interesaba era investigar y enseñar. Ser buen profesor
y buen investigador no suele conjugarse. En España ha habido
grandes investigadores y grandes pedagogos, pero ambos no tantos.
Creo que durante las clases estaba pensando cosas para él de
investigador, y en el laboratorio además de investigar
enseñaba a sus ayudantes, es decir, las clases tenían
algo de investigación y el laboratorio algo de docencia. Más
en una cosa u otra, según donde estuviera. Combinó
perfectamente ambas facetas. De ahí que se le recuerde con
tanta admiración. Explicaba una asignatura de forma muy clara.
De todas formas, no creo que haya asignaturas claras y asignaturas
confusas sino profesores claros y profesores confusos.
Como detalle anecdótico, ¿estaban
las alumnas prendadas de él?
Si, estaban todas fascinadas. Cuando todo el mundo
iniciaba la clase de Física por primera vez, creyendo que iba
a ser un terror, de pronto llegaba un profesor dinámico,
simpático y directo, que charlaba con ellas... pues en todas
las promociones, sus alumnas quedaban prendidas de él. Desde
la promoción de mi madre en 1934, hasta la de mi hermana Pilar
en 1957. Mientras fue profesor todas sus alumnas se enamoraban de él.
Todos los profesores ponían notas y además una
coletilla. No es el caso de Catalán.
En el colegio nos daban todos los
meses una carpetilla gris con fichas por cada asignatura. En esas
notas había una calificación. Pero todo profesor además
ponía “atiende poco en clase”, “se distrae con los
amigos”, “habla con los compañeros”, “se esfuerza
poco”… Y en las casas, esas coletillas producían efectos
devastadores. Miguel Catalán siempre calificó con
números y nunca ponía coletillas. En ese sentido era
tranquilizador. Podías aprobar o suspender, pero no decía
nada más. Desde la dirección del colegio querían
que se pusieran orientaciones para la familia. Pero Miguel nunca
accedió a eso. En el fondo, Miguel siempre hizo lo que quiso.
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