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¿Cómo es que llegaste a estudiar en
el Instituto Escuela?
Nosotros, la familia Bauluz, fuimos a África
(Villa Sanjurjo y Melilla) porque a mi padre le destinaron allí.
Mi padre era militar y era normal que nos destinaran a diferentes
sitios. El viaje fue de San Sebastián, que es donde estábamos
en aquel momento, hacia Málaga para allí coger un
barco. A mitad del trayecto, en Madrid, hicimos una parada de dos
días. Nos alojamos en Chamartín, en la casa de Don
Ramón Menéndez Pidal, en 1928. Este año fue en
el que se incendió el Teatro Novedades de Madrid. Recuerdo que
dormimos en un colchón en el suelo ya que no había
espacio para hacerlo en camas. Más tarde, destinaron a mi
padre a Zaragoza. Entonces, Jimena y Miguel les aconsejaron a mis
padres que el mejor sitio para que yo estudiara era el Instituto
Escuela. Como a mi padre le destinaron a Zaragoza nos dejaron a
nosotros en la Residencia de Niños del Instituto Escuela. Allí
estuvimos dos cursos. Estaba en la Calle María de Molina,
entre Lagasca y Claudio Coello. Tenía un jardín
bastante amplio donde jugábamos. Pero esa casa la tiraron.
Estaba cerca del Instituto Escuela, al lado de la residencia de
Estudiantes.
¿Realizaron excursiones con Jimena y
Miguel?
Sí, nos íbamos a la sierra a esquiar.
La primera vez nos llevaron un viernes por la tarde a comprar todo el
equipo para ir a la sierra. Se hizo de noche y en lugar de llevarnos
a nuestra residencia nos llevaron a la Residencia de Niñas,
que estaba en Ríos Rosas. Mi hermano, que era más
pequeño, cogió una pataleta de que no dormía
allí con las niñas, pero entre Miguel y Jimena le
convencieron. Al día siguiente ya nos fuimos a la sierra. Con
ellos fuimos muchísimas veces. En una ocasión estuvimos
alojados en el Ventorrillo, en Navacerrada, que sigue existiendo. A
lo largo del curso hacíamos viajes. Nos llevaban a ver a mis
padres y a mis abuelos a Zaragoza. Siempre venían los dos con
mi hermano y conmigo. Luego nos daba mucha pena al volver y
llorábamos. Tenía nueve años y mi hermano siete.
Y Miguel siempre nos traía en coche. Las excursiones con
Miguel y Jimena a San Sebastián eran siempre improvisadas.
Decía un día Miguel, “nos vamos a coger el tren”.
Porque el coche se lo compró más tarde.
¿Qué otras anécdotas tienes?
Un día iba con Miguel, los dos solos, me
llevaba de la mano por la Gran Vía, por el primer trazo de la
Gran Vía. Y me dice: “me han dado un premio de cinco mil
pesetas”. Y yo le respondí, “¡Cuanto dinero!”. Me
dijo que se iba a comprar un coche. Yo estaba encantado de que se
comprara un coche. Por fin se lo compró en verano en San
Sebastián (el premio se lo habían dado en invierno),
donde estaban mis abuelos. A San Sebastián fueron con nosotros
Miguel, Jimena, y Gonzalo. Nos alojamos en una casa que alquilaban
mis padres. Anteriormente iban a una casa que era de su propiedad,
donde nací yo el 29 de agosto de 1919 y donde nació mi
hermana. Aún está la casa donde nací, el número
3 de la Calle Peñaflorida.
¿Qué coche se compró?
Un Chevrolet, fue su primer coche. Más
adelante se compró otro. Al sacarse el carnet de conducir me
dijo: “me han estado a punto de suspender porque no conseguía
arrancar el auto cuesta arriba”, pero aprobó. Con ese coche
ya iba a Madrid. Hay otra anécdota. Él daba clases en
el Instituto Escuela en Atocha y en el Hipódromo, como le
llamábamos entonces a las dos entidades. Hipódromo era
como nombrábamos a la residencia de estudiantes. Como era muy
mal conductor, la puerta de entrar al terreno era muy estrecha y se
rozaba con la puerta. Y los alumnos, antes de que Miguel llegara, se
ponían a esperar a la entrada, para ver si tropezaba con ella.
En caso de no hacerlo le ovacionaban. Él se lo tomaba siempre
con mucho humor, estaba encantado. Sería sobre 1929. Yo estuve
allí hasta 1931. El martes 13 de abril de ese año entró
en clase de música Rafael Benedicto y dijo que se había
proclamado la República. Oficialmente fue el 14.
Así que conducía mal.
Y tanto. Lo hacía tan mal que cuando un día
íbamos Gonzalo, Miguel y yo en el coche, (que entonces no
había apenas coches, estaba la Castellana limpia), a la altura
del Museo de Ciencias Naturales le dio un susto con el coche a un
policía, que estaba en el centro de la calle. Fuimos a comer a
un restaurante. Y cuando volvíamos le asusto de nuevo. El
guardia me acuerdo que no paraba de decirle que si la había
tomado con él. Pero al final no le pusieron multa. Pero
conducía fatal.
¿Rescató el coche de Don Ramón?
No, el de Don Ramón no, rescató el
suyo. Tras la guerra. A Don Ramón no sé si le
requisaron el coche, pero sí a Miguel. Lo recuperó y
tuvo que ponerle las ruedas y muchos otros cambios porque estaba muy
mal, estaba metido en un garaje. Una vez entraron unos ladrones y se
llevaron las ruedas en la propia casa. Saltaban la tapia mucho para
robar. Cultivaban patatas en el jardín y venían a
robarlas. Eran cosas de la postguerra. Un grupo de chicos se metían
en el jardín y cogían un saco de patatas, y los tiraban
a otro grupo que esperaba fuera del recinto. Como Miguel y yo
solíamos pasear, un día nos los encontramos en la calle
y Miguel les dijo: “¿Qué hacéis?, anda,
terminad ya con las patatas”. No había rejas entonces.
¿Era un hombre con buenas ideas?
Fíjate que a Miguel se le ocurrió en el Instituto
Escuela en Hipódromo, cuando yo tenía nueve o diez
años, que un día específico de noviembre, todos
los alumnos y profesores estuvieran donde estuvieran, estarían
un minuto en silencio, y se tocaría una sirena como homenaje a
los muertos de la Primera Guerra Mundial de 1918. Aún recuerdo
a Miguel en un terreno, con altura, guardando silencio. En aquella
época estábamos convencidos de que no volvería a
haber otra guerra mundial. Estábamos convencidísimos.
Esto sería sobre el año 1930. Pero duró varios
años. Fue una idea suya cuando era profesor de Física.
Era cuando daba clases en Hipódromo y en Atocha. Antes de la
República los chicos estábamos en Atocha pero más
tarde se unieron y nos pusieron de la manera más lógica:
quienes vivían más cerca de Atocha, fueran chicos o
chicas iban allí, y lo mismo sucedía en Hipódromo.
Fue cuando se hizo mixto el Instituto Escuela.
¿Le gustaba dar clases prácticas?
Y tanto. Miguel Catalán también explicaba el
funcionamiento del coche. Traía su coche, abría el
motor y nos explicaba cómo funcionaba. Conducía muy
mal, pero el motor lo conocía bien.
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